Detenme
- Michelle Iturralde
- 19 dic 2023
- 2 Min. de lectura
Si estuvieras frente a mí, “detenme” te pediría.
Probablemente, conociéndote, me mirarías fijamente, tratando de evitar que me siga haciendo daño; pero tu curiosidad, tu testarudez, tu orgullo, permitiría que se desangren mis emociones a través de cada palabra que pronunciaré.
Probablemente, conociéndote, comenzaría a sentir cómo mis manos se entumecen, así como lo hacen cada vez que necesito palpar mis miedos. Empezaría con un montón de palabras sin sentido, seguidas de puntos suspensivos que no intentan suspender mis ganas de expresarme… sólo me dan esa pausa necesaria para ordenar mis emociones, tratando de no hacerte daño, mientras me lo dejo de hacer a mí misma.
“Detenme”, te repetiría. “Detenme porque, si escribo, lograré olvidar hasta el apresurado latido de tu corazón que disfrutaba cada mañana”.
Y aun así, pidiéndote que no me dejes borrarte, te sientas… y esperas silencioso a que empiece mi apresurado monólogo como una rueca deslizándose por la cumbre más empinada. Aun sabiendo que esa rueca son lo poco que me queda de ti, vas a permitir que se destruya. Voy a permitir que se rompa.
Por alguna extraña razón, los humanos tendemos a destruir todo aquello que decimos amar. Nos encontramos ante el constante autosaboteo que nos lleva a perder las cosas que más acercamos a nuestro corazón. Nos han enseñado tanto a no permitirnos sentir de manera intensa, lo han visto como un fallo, como dependencia, como carencias e, incluso, como egoísmo. ¿Realmente es así? Me pregunto mientras siguen estos puntos suspensivos en mi cabeza, antes de poder hablar. ¿Realmente lo llaman intensidad? Y recuerdo cómo las cosas tienen una doble versión, una doble cara, un frente y una sombra… en la que muchos miran cuánto tiempo ha pasado, cuando en verdad la pregunta debería ser ¿cuánto tiempo nos queda?
El tiempo es una ilusión que nos hemos inventado para seguir un pilo de rutinas que nos llevan a vivir de una forma civilizada y políticamente correcta. Pero ¿dónde quedan los impulsos? ¿las decisiones apresuradas que te enseñan lo mejor de vivir? ¿dónde queda ese vivir cada día como si fuera el último?
Y ya no te pediré que me detengas.
Ya no te pediré que te quedes.
Ya no le pediré a tu recuerdo que me converse cada noche antes de cerrar los ojos.
Ya no me pediré tratar de ver lo mejor de ti cuando, sin querer, lograste mostrarme lo más aterrador.
Por ahora, dejaré que era rueca siga cayendo. Dejaré que mis palabras sigan flotando en mi cabeza. Dejaré que cada monólogo inunde las paredes de mi habitación cuando necesito hablar… porque cada vez que te pido que me detengas, es una vez más que me doy cuenta de que hace mucho ya no estás.
Antes de venir a detenerme, detente. Ya no lo vas a lograr.
Comentarios